jueves, 11 de noviembre de 2010

Vania Rincón (Texto ganador del primer lugar del concurso de cuento policiaco y género negro del IPAX

VANIA RINCÓN

Por: Oscar Cruz



Leonel González Ruiz despachó a uno de los dos últimos clientes que quedaban y permitió que Andrés, su único empleado, se fuera a casa. Aún poseía tiempo suficiente para hacer el corte de caja, beberse un café en el “seven-eleven” y dirigirse a su trabajo en el “King Taco” de la primera y Ford boulevard.
Con treinta y cinco años, Leonel había buscado aquel trabajo no para ganarse un par de dólares extra – no los necesitaba -, pero aquel “jale” era la salida ideal para no estar en casa y escuchar los berridos de sus hijos o tener que buscar algún pretexto para no cumplir con sus deberes maritales más allá de lo estrictamente necesario. Había hablado con su esposa sobre la importancia de tener otra entrada de dinero -además de la del video club- pensando en que algún día, los niños querrían ir a la universidad y deberían estar preparados en caso de que no pudieran obtener alguna beca, eso claro, si no es que alguna pandilla lograba seducirlos, para lo cual tendrían que utilizar el dinero en los futuros funerales de los pequeñuelos después de que algún miembro de la “White Fence “, la “catorce” o alguna otra “ganga” de por ahí los descuartizara en represalia por algo que hubieran o no hubieran hecho. Lo cierto era que Leonel no necesitaba el trabajo en “King Taco” por la sencilla razón de que poseía un negocio propio que le daba más de cien mil dólares al año, sin contar con la indemnización de la cual había sido objeto hacía cuatro años cuando en la fábrica de cajas donde laboraba, una cortadora se llevo su dedo anular izquierdo. Una rápida negociación -con gastos médicos incluidos- y un cheque por cincuenta y cinco mil dólares permitieron que el oriundo de Michoacán comenzara a vivir una vida holgada antes de lo que él mismo había contemplado.
Impaciente porqué el último cliente no decidía que película rentar, cambió de opinión y decidió dejar un mensaje a Andrés para que realizara el corte de caja mañana temprano. Apenas terminó de escribir la nota, alzó la vista para observar con detenimiento al último cliente que aún se encontraba en el negocio: Una “morra” joven de piel blanca, baja estatura, cabello lacio, negro, a la altura del hombro, delgada y sin grandes atributos. Se podría decir que era una figura estética la de ella.
Leonel miró el reloj encima de la puerta de salida y notó que faltaban un par de minutos para la hora exacta de cerrar, obviamente quería irse ya y sin ningún reparo se lo exteriorizó a la joven .
- ¿Disculpe? – dijo tenuemente
- ¿Dígame? – contestó ella
- Es momento de cerrar. ¿Va a rentar alguna película? ¿Algún título que no puede encontrar acaso?
- ¡OH! Ok... busco una que se llama “Montana”
- ¿”Montana”? ¿Es del oeste?
- ¡Oh no!, Es un drama.
- ¿Quién actúa?
- Kyra Sedgwick
- ¿Kyra Sedgwick? No la conozco
- Es una actriz delgadita, rubia, medianamente atractiva.
- ¿Qué otra cosa ha hecho?
- ¿Ha visto “The Closer”?. Es un seriado.
- ¿Está al aire?
- Sí
- ¿Dónde lo pasan?
- “TNT”
- ¡OH! No tengo cable
- ¿No?
- No. ¿Le parece extraño?
- Un poco. Aquí en esta parte de East L.A. el paquete básico cuesta treinta dólares
- Sesenta canales de pura basura
- ¿Así lo cree? – dijo la chica esbozando una sonrisa
- No veo mucha televisión. Además no me gustan los seriados. Todos empiezan igual. Una “chingadera” a la que llaman prólogo, la entrada y luego un inicio lento, con mucha “fiaca”.
- Para no ver mucha televisión conoce bien el formato, pero “The Closer” no tiene prólogo. La historia comienza y no tiene entrada musical, tampoco manejan “flashbacks” y va uno conociendo los eventos conforme la historia avanza.
- Usted quiere convencerme de verla – manifestó Leonel sonriendo maliciosamente.
- ¡Oh no! Es sólo que... es un buen seriado es todo. En fin... no le quitaré más su tiempo. Otro día vendré a buscar algun otro título.
- Ok. Siento que no la haya encontrado, pero si me da el nombre nuevamente, preguntaré al distribuidor y es probable que la próxima semana la tenga disponible.
- ¿En serio?
- En serio. Dígame el nombre de nuevo.
- “Montana”
- “Montana”. Con ¿Kyra...?
- S-E-D-G-W-I-C-K. Kyra Sedgwick. Hasta luego. Gracias. Muchas Gracias.

La joven le dirigió una gran sonrisa, se dio la vuelta y salió del establecimiento. Leonel la vio salir, casi inmediatamente dio la vuelta al mostrador, fue hacia la puerta y le puso llave y jaló la reja que se encontraba por dentro y no por fuera a diferencia de la mayoría de los establecimientos de la ciudad. Terminó la operación, apagó las luces y dejó sólo la iluminación que alumbraba ligeramente el mostrador. Caminó hacia la parte de atrás del negocio rumbo a la salida de emergencia cuando recordó a la pequeña actriz rubia de la que hablaba la joven. “Claro” dijo en voz alta, “Kyra Sedgwick sale en “Personal Velocity” esa película de feministas ¡Puaj! ¡Ah! También en esa pinche película en Seattle, ¿Cómo se llamaba?” . Absorto en sus pensamientos, tecleó el código de la alarma por inercia, salió del establecimiento, se giró para poner llave a la puerta trasera, entonces, al dar vuelta, vio nuevamente a la “morra” frente a él. Se encontraba parada con un audífono en su oído izquierdo y un “cohete” en la mano derecha. Tan sólo fue un segundo pero antes de escuchar el primer “pop”, Leonel hubiera jurado que la vio palidecer (a pesar de la poca luz) mientras se llevaba la mano libre a uno de los bolsillos de su saco. En ese momento fue que notó el resto de la vestimenta: T-Shirt blanco y blue jeans. Vestimenta poco común en esa zona donde la mayoría de las “morras” visten con pants de lycra, shorts de gabardina o”jeans” de “cholo” y camisetas sugerentes, sobre todo en esta época del año tan cercana al verano. Son graciosas las cosas que se piensan y de las que uno se da cuenta un segundo antes de sucumbir.
Leonel escucho el segundo “pop” y antes de recibir el tercero, con su último resquicio de conciencia, creyó ver como Kyra Sedgwick se acercaba a él lentamente para susurrarle al oído. “ ‘Singles’. Ese el nombre de la película que se ubica en Seattle”. Entonces la Kyra Sedgwick en su mente cerró la boca, escuchó el tercer “pop” y después, vino el “fade-out”.

Salió de su casa y caminó desde el pórtico hasta la acera para esperar a Luis, su compañero de trabajo, que pasaría por ella en cualquier momento. Vestía con una T-Shirt blanca, blue jeans y un saco negro, - la indumentaria de trabajo- y que soportaba estoicamente a pesar del intenso calor veraniego; como complemento, llevaba puestos un par de anteojos oscuros tipo Elvis de gran tamaño; no solía utilizarlos, pero las ojeras que el insomnio de la noche anterior habían producido eran enormes. O por lo menos eso le había parecido a ella aunque era probable que se vieran acentuadas debido a lo blanco de su piel. Mientras esperaba la llegada de su compañero, Vania luchaba por no recordar los eventos del día anterior pero fue imposible. Las imágenes la asaltaban sin que pudiera hacer nada y mientras pasaban una a una por su mente, repasó cada línea del diálogo; sintiendo como la boca se le secaba y la garganta le dolía. Quiso pensar que una infección era el motivo de aquella dolencia, pero solamente fue un intento vago por desviar su atención de la causa real de esa molestia. No era un virus. Es sólo que no había podido llorar.
Vania Rincón pasaba de una actitud serena a una postura de brutal violencia en tan sólo un segundo. No fue fácil lograr eso. Requirió cinco meses de entrenamiento, diez horas diarias y aun así supo que quizás no podría manejarlo del todo. Buscó algo que le ayudara a abstraerse, algo que le permitiera moverse sin pensar. Entonces tuvo la idea del audífono. Música – pensó-, esa era la solución. Se colocaba un audífono en el oído izquierdo y mantenía el derecho libre para escuchar el sonido ambiente, era como musicalizar la escena de algún filme, todo parecía irreal, como si sólo fuera eso, una película o uno de esos seriados que tanto le gustaban; después de todo, estaba en California. Su sistema de audio consistía en un reproductor de cintas al que conectaba un audífono el cual era bastante pequeño, del tamaño de un cassette. Luis había desconfiado de ello, aún más, cuando supo que utilizaba cintas. “Entiendo que un CD Player es quizás muy grande y te quita movilidad, ¿Qué no conoces los iPOD?”. Pero ella no hizo caso. “¿Cinco mil canciones con pésima calidad de audio? No, gracias. El MP3 sólo se escucha bien en las bocinas de la computadora, además, únicamente necesito una canción para hacer el trabajo”. Su respuesta a pesar de sonar contundente no convenció al veterano “ajusta cuentas” que seguía desconfiando de esa táctica. “No es profesional” -le dijo-, pero funcionó; y conforme ella iba cumpliendo los contratos la fue dejando en paz.
Así trabajó los seis años que llevaba en el negocio sin ningún inconveniente, llevaba incluso, una de las mejores marcas en la historia de “la compañía” del colombiano que los empleaba a ella y Luis. “A este ritmo, te jubilaras muy joven ‘peque’ y a gozar de la vida”. Ella se limitaba a sonreír cada vez que él le mencionaba tal posibilidad y se imaginaba mirando infinidad de atardeceres en la playa o jugando interminables juegos de ajedrez en la comodidad de una pequeña cabaña en algún pueblo serrano de los tantos que hay en México. En efecto, el trabajo de ayer no había ido tan mal, lo realizó sin ningún inconveniente o aspaviento por parte del “mark”, el único problema fue el reproductor de cintas que falló justo cuando Vania apuntaba su arma al cuerpo de González Ruiz. En su mente se repetía continuamente la última frase que Fiona Apple entonaba y que el reproductor emitió antes de parar:


Home is where my habits have a habitat
Why give it a turn
Oh, after all
The folderol
And hauling over coals
Stops
What did I learn

Y después. Mutis. Entonces se paralizó, fue sólo un segundo pero supo que aquel hombre lo había notado. El frío la invadió, sintió su piel erizarse y un vacío en su estómago, y antes de que perdiera el control por completo le clavó dos balas en el pecho y una más en la cabeza a González Ruiz. Y ahí, en silencio, se quedó parada algunos segundos en aquel callejón frente al cuerpo inerte, mirándolo fijamente y con el sonido del silenciador inundándole todo el cerebro como si hubieran sido los cañonazos emitidos por algún acorazado. Ahí, mientras la sangre comenzaba a dibujar un pequeño río en el piso, tomó conciencia de la magnitud de sus acciones y pudo verse, con la pistola en la mano, la mirada impávida. El mismo silencio le devolvió la claridad, y sin mayor distractor en la cabeza fue ahí que se dio cuenta -antes de vomitar hasta las entrañas – que ella, Vania Rincón, mataba personas.

Cada tarde, desde hace más de veinte años. Luis Aguirre se fumaba dos cigarrillos y se bebía dos jugos de zanahoria. Podría parecer una combinación extraña pero para él, constituía uno de los pocos placeres que poseía en la vida. Igualmente extraña podía parecer la rutina de hacerlo cada tarde y más, cuando dicha rutina se trasladó a cierto merendero ubicado a una hora de camino de su casa en Whittier y que estaba sobre Gage entre la Soto y Pacific en pleno Huntington Park..
Para el veterano esbirro, los cigarrillos y el jugo de zanahoria eran el símbolo que llevaría tatuado por siempre y que le recordarían los caluroso días de junio, época en la que llegó a Estados Unidos por primera vez hacía ya tanto tiempo. La explicación era en realidad, bastante simple: Un paquete de “Lucky Strikes” y un vaso de jugo de zanahoria fue lo primero que Luis compró con su primer sueldo ganado en lado americano, habiendo cumplido satisfactoriamente su primer trabajo. Luis había buscado un lugar donde serenarse y pensar en los acontecimientos de la noche anterior, si bien, el encargo no había tenido una dificultad mayor que la de disparar tres veces, la carga emocional de la primera vez se dejo sentir con todo rigor; se lo habían advertido, no importa cuanto entrenamiento se tenga a cuestas ni cuanto se esta mentalizado para el primer golpe. La primera vez siempre es difícil para cualquiera de una u otra forma pero siempre igual, porqué cuando se ha tirado del gatillo en esas condiciones, uno se convierte en una persona distinta y a partir de ese momento queda claro que la cuestión mental era todo en este oficio. Una vez dominado ese aspecto, la capacidad física pasaba a un segundo plano ya que lo importante no era la violencia en sí, sino la voluntad de causar el daño y aprender a vivir con ello. Así, aquella búsqueda de tranquilidad y confort por parte de Luis, se convirtió en una manda diaria, una válvula de escape para aligerar el peso del compromiso elegido.
Sí, al principio fue duro, pero el tiempo y la mecánica del trabajo fueron aligerando el peso de cargar con tantas muertes sobre la espalda, de pronto el realizar una y otra vez el mismo trabajo con casi nulas variantes convirtió el asunto en un acto inconsciente y la manda pasó a ser una de tantas excentricidades que se dan en las personas que como él, consagran su existencia a eliminar obstáculos ajenos. Lo cierto era que muy dentro, en el fondo de su alma, el significado de aquel rito personal se mantenía intacto; porque afrontémoslo, algo así nunca queda en el olvido.
Un hecho innegable era que Luis realmente no se cuestionaba la forma en que se ganaba la vida. Le había permitido mandar dinero cada mes a su esposa y a su hijo, que se habían quedado a vivir en Tehuacan, Puebla. Su profesión, también le facilitaba que cada año, el último día de noviembre, Luis regresara a México para pasar un mes con su familia, no importaba que diciembre fuera el mes de mayor trabajo de “la compañía”; (Época ideal para prácticamente cualquier negocio, “la compañía” no era la excepción y en ocasiones los contratos se multiplicaban a tres o cuatro por semana, y lo mismo pasaba en verano) Sin importar la razón, Luis siempre regresaba y siempre, cada siete de enero, emprendía el regreso a Los Ángeles. Los primeros ocho años fue siempre un evento tortuoso, ya que tenía que cruzar la frontera siempre de manera ilegal. Eso cambió gracias a los recibos de cheques que obtenía de una licorería propiedad de “la compañía”, con los que pudo demostrar que pagaba impuestos legalmente y así obtuvo su “green card”. Con el tiempo “la compañía” se fue modernizando gracias al éxito y las novedades tecnológicas, entonces el problema de legalizarse dejó de serlo, permitiendo que cualquier nuevo empleado de la compañía comenzará su carrera con mayor celeridad, Vania era el ejemplo vivo de ello.
Durante su estancia en México, Luis se dedicaba en gran parte a largos paseos con su esposa e hijo, poniéndose al corriente sobre todo lo que había pasado en su ausencia y aunque el trato entre ellos era afable, se notaba la falta de familiaridad que la distancia había impuesto, obviamente el paso del tiempo minó la situación y si al principio, él como su familia esperaban los encuentros con cierta avidez, poco a poco se fueron convirtiendo, como casi todo en su vida, en un evento rutinario. Tan así, que el año antepasado que había decidido no ir a México y pasar las fiestas de fin de año en compañía de Vania, no notó decepción en la voz de su esposa a través del teléfono, inclusive, juraría que percibió un aire de cierto alivio. Lo resintió sin querer, no era dolor lo que sentía, era más bien una sensación de hartazgo y ello lo llevó a considerar que había perdido el tiempo miserablemente, de pronto supo que no había más familia en México para él y a pesar de que apreciaba el hecho de no haber faltado a su responsabilidad para con su esposa e hijo, era claro que el lazo que los unía ya no existía y de pronto se sintió perdido, vació. Había dedicado su vida a una profesión que le permitió cumplir con las obligaciones de proveedor sin ningún tipo de problema y ahora que estas parecían no existir más, sintió inútil seguir y con ese sólo pensamiento la crisis llegó golpeándolo sin piedad; cayó en cuenta que era demasiado tarde, no sabía hacer otra cosa.
Fue entonces que encontró este merendero en Huntington Park, al que llegó de manera casual cierto día de octubre en que estudiaba el territorio por un trabajo que tendría que llevar a cabo en la zona. La tarde había caído y entonces, como sucedía desde hace tanto, se dispuso a cumplir con su viejo rito. El lugar le pareció tranquilo, limpio e iluminado. Se sentó en el mismo gabinete en el cual se encontraba ahora, ordenó el jugo de zanahoria sin ver a la mesera, comenzó a leer detenidamente el periódico del día mientras se fumaba el primer cigarrillo de la tarde y quizás todo hubiera quedado ahí, en un evento temporal, pero cuando la mesera le anunció la llegada del jugo de zanahoria con aquel tono de voz, suave y profundo, Luis no pudo evitar alzar la mirada y ver directamente a los ojos de Estrellita Bustamante. A partir de ese instante, dejó de ser un suceso momentáneo y entonces cada tarde de la semana, con excepción del miércoles y sábado, asistió sin falta a ese merendero. Esperaba con avidez que llegara la tarde para poder verla, la chica lo notó casi de inmediato y supo al poco tiempo, sin necesidad de cruzar palabra, que aquel hombre iba a ese restaurante por ella, si bien no sabía la razón por la cual no se animaba a hablar algo más allá del cordial “Good Afternoon!” que le daba al llegar y algunas frases sueltas entre el saludo y el momento en que ella llegaba con ese eterno jugo de zanahoria. Ignoraba la dimensión de la revuelta que ella había causado en el interior de ese extraño hombre, como podría saber que aquel hombre dudaba no por algún tipo de inseguridad adolescente o exceso de timidez, no, dudaba por que estaba a la espera. Una espera sólo entendible sí se acepta que el alma de cualquier individuo es un universo con sus propias reglas y leyes, un cosmos de ideas y sentimientos que son inigualables e infinitos. Era éste conjunto de códigos que regía el mundo de Luis el que le exigía una prueba, un símbolo de que realmente lo que sentía no era un evento temporal, sino algo que podría mover su mundo y revolucionar su existencia misma. Quería la prueba de que podía permitirse algo así, de que las cosas podrían ser diferentes, de que él podía ser otra persona y cambiar.
Por eso hoy, cuando la bella mesera se acercó hacia donde estaba sentado, levantó el vaso vacío y colocó uno nuevo lleno con jugo de zanahoria, no sólo se percató de que él no había ordenado un vaso extra, además, observó que este había sido acompañado por una nota, la cual levantó para luego leer pausadamente lo que ahí estaba escrito: “Salgo a las diez”. Si bien, la acción emprendida por la camarera era un movimiento trillado, Luis percibió en aquel sencillo acto la señal que tanto buscaba. Entonces alzó la vista y vio a la bella joven sonreírle, él, respondió con un ligero asentimiento de cabeza y una sonrisa tenue, cuando la chica desapareció detrás del mostrador con rumbo a la cocina, el aún mantenía la sonrisa en la boca, sin embargo no pudo evitar cierta melancolía por que sabía que ahora estaba claro que tendría que hacer la llamada que pensó nunca haría. Hablaría a México para anunciar a su esposa e hijo que jamás volvería. Así, mientras asimilaba la señal del destino, no podía dejar de pensar que era cierto lo que decían del jugo de zanahoria. Ahora, ya podía ver mucho mejor.

Luis Aguirre manejaba el Chevy Nova de su propiedad con rumbo a la casa de Vania que se ubicaba en Monterrey Park, muy cerca de la línea que dividía el fin de East L.A. con el de aquella zona fuera del área metropolitana de Los Ángeles. Iba un poco retrasado debido al desayuno que había tenido con Estrellita, la joven de 28 años que frecuentaba desde hacía un par de meses, se había alargado más allá de lo planeado. Apenas ayer habían ido al cine a ver la ultima cinta de M. Night Shyamalan ,“Lady in the water”, que ella insistió en ver y él, - por darle gusto y ser pocas las veces en que podía verla sin que estuviera rodeada de sus dos hijos- había asentido. Estrellita Bustamante era madre soltera desde los diecinueve años y prácticamente no tenia tiempo libre entre su trabajo en un “joint” de especiales y comidas rápidas en Huntington Park y sus hijos de ocho y seis años. Ayer, había logrado que una tía que vivía cerca de su casa, le cuidara a los dos querubines y ella pudiera salir a ver una película con Luis antes de ir a trabajar en el tercer turno del merendero que una vez a la semana le tocaba cubrir. A cambio de ver “Lady in the water”, Luis le había hecho prometer que irían a desayunar después de que ella saliera del trabajo y él a su vez, que la llevaría lo antes posible a su casa. Ahora camino a casa de Vania, Luis sonreía ligeramente recordando detalles de la cita de ayer, se sentía feliz y no le incomodaba mirar sus ojos por el espejo retrovisor y divisar ese brillo de estúpida felicidad que emana de ellos cada vez que uno tiene la posibilidad de pasar un momento agradable con una bella mujer. “Es como en ‘Dark City’ – decía en voz alta- donde ese pendejo del Rufus Sewel termina viendo un atardecer en un muelle con la Jennifer Conelly a un lado”. De pronto se desconocía y hasta le daba miedo pensar que, a sus 50 años, se estuviera enamorando. Pero no podía evitarlo, estaba encantado con la chica, con su sencillez, su forma franca de reír con ese tono grave casi como el de un muchacho, su inteligencia y esa sensibilidad que emanaba de sus ojos. “¿Te gustó la película?” Le preguntó durante el camino a su trabajo y él, pensando que ahora sí haría bien las cosas, diría la verdad siempre. “Sí, pero no me encantó. Pero a ti se ve que te fascinó”. La joven lo miró, aun con los ojos rojos por las lágrimas que el filme le había provocado sonrió ligeramente y le dijo suavemente. “Me gusta pensar que todo en la vida tiene un por qué. De pronto me sentí como el personaje principal: Mr Heep. ¿Lo notaste? Era un hombre con tanta tristeza, tanto dolor y desesperanza, pero a la vez, tan ávido de fe que nunca duda, nunca pone en tela de juicio la historia de la chica; sólo la cree”. “Entonces – dijo Luis a su vez – es una historia de fe ¿Es eso?” . “Ya nadie cree en nada, ni en nadie. – dijo ella - No digamos en una historia fantástica”. Estrellita guardó silencio y Luis no habló, algo dentro de él le indicó que aquella reflexión iba mas allá de la anécdota de la película. Entonces recordó un dialogo que “Story” -el personaje de Bryce Dallas Howard- decía durante la cinta: “Los seres humanos creen que están solos, pero eso no es cierto. Todos están conectados”. Se repitió la frase un par de veces en su mente y recordó el rostro angelical de la actriz. Sin duda, el maquillaje había ayudado mucho, pero lo cierto era que la joven estrella del celuloide hizo un buen trabajo e imaginó que la gran mayoría de la gente, al verla en la calle, caracterizada, le habrían creído que en verdad era una ninfa del mar si así lo asegurase. “¿Y tu Luis?” Le soltó la chica sacándolo de sus tribulaciones “¿Yo que?” Preguntó sin perder de vista el camino. “¿Tienes fe? ¿Crees en algo?” – la joven hizo la pregunta en un tono ligero pero esperanzador. Luis tenia la respuesta en la mente: “Claro. Creo en el camino del arma” por supuesto no podía decirle eso a Estrellita que esperaba expectante, supo que de su respuesta dependía mucho el futuro de esa relación. Por un momento pensó que quizás tendría que mentir, que diría que sí, que creía en Dios, en la Virgencita de Ixtapa, en el milagroso señor de Chalma o en el pato Lucas. Pero no lo dijo, en vez de eso en un momento de abrumadora inspiración le soltó: “Creo -dijo gravemente- en la vida y la muerte, en la madre naturaleza. En eso creo”. Estrellita lo miró y él, que no quitaba la vista del camino por no querer sentir sus ojos escrutándolo, considerando su respuesta, podía sentir el silencio y al hacerlo no podia dejar de pensar en cómo prácticamente, la había “cagado” con la bella “dama” que estaba a su lado. “Eres un tipo extraño Luis” dijo ella sacándolo de sus tribulaciones y pudo de reojo verla sonreír. “ Me gusta la gente extraña” dijo finalmente. Y Luis sintió despuntar una sonrisa enorme en su rostro, moviendo músculos de la cara que no se habían usado en años y dando un breve vistazo por el retrovisor se imaginó a Bryce Dallas Howard en su mente gritando dentro de él: “ Así se hace, pinche Luis” y él respondiéndole a la estrellita hollywoodense: “¡A güevo, a güevo chingao!”

Vania subió al Chevy Nova de Luis y éste, al ver las enormes gafas oscuras estilo Elvis, supo inmediatamente que algo había pasado. No es que fuera verdaderamente anormal pero, desde su punto de vista, en un trabajo como el que Vania y él desarrollaban, los hábitos son notorios y en ocasiones se llega a rayar en la compulsión; uno se vuelve obsesivo. Él sabía que Vania jamás iría a trabajar con anteojos.
- Bonitas...
- ¿Te gustan? Son de la “99 cents” que esta a tres cuadras de aquí.
- ¿Y costaron 99 centavos?
- Tú sabes que casi nada cuesta eso en esas tiendas
- ¿Cuánto?
- 4. 90 más “tax”.
- ¿Y...?
- ¿Qué?
- Tú no usas gafas
- ¿Cómo lo sabes?
- Nunca las has usado
- El hecho de que nunca me veas con gafas no implica que no las use. Puede ser que siempre las use cuando no estoy trabajando y tú no podrías saberlo. Es probable, que estos lentes tengan más tiempo en mi vida del que llevo de conocerte y tú, por supuesto, podrías no saberlo. ¿Lo has pensado? Y si las uso, no es para sorprenderte o saber que tan observador eres.
- Son bonitas
- Sí. Lo son.

Vania cumplió 22 años el día que piso por primera vez East L.A. La casa donde se hospedó por primera vez quedaba en los limites del barrio y Monterrey Park donde se mudó apenas pasados unos meses de haber llegado a vivir ahí. Su nuevo hogar, el cual hasta la fecha ocupaba, era una pieza con dos habitaciones, baño, cocineta y un pequeño recibidor que le costaba 500 dólares al mes con gas y luz incluidos en el pago. Con el tiempo la renta no había tenido un incremento considerable en los años subsiguientes hasta que la crisis hipotecaria comenzada a finales del 2006 subió los precios a escalas significativas; por supuesto para ese entonces ella no tenía ya de que preocuparse. Podía ganar hasta 10 000 dólares en un par de semanas, nada mal para una chica que había salido de la casa de sus padres para cruzar la frontera y emplearse en lo que fuera como tantos otros, con la única diferencia de que ella no tuvo la bendición familiar, eso y el hecho de que no tenía un motivo real, un sueño o meta por la cual trabajar como bestia y ahorrar la mayor cantidad de dólares. De hecho, Vania llego al “barrio” dejándose llevar por el impulso como si estuviera huyendo de algo, sin nada que ganar o perder, sólo por que sí, siempre había sido así en su vida. Su primer trabajo fue como “lavaplatos” de un restaurante de comida china que servía platillos a cinco dólares con tres especialidades a escoger y en donde durante una salida para tirar la basura en los contenedores de la parte trasera conoció a Luis mientras le incrustaba tres balas, una en la cabeza y dos en el pecho a su jefe, el Sr. Cho. El sicario la vio parada frente a él, con un par de audífonos cubriéndole de los cuales se dejaba escuchar el primer álbum de Nelly Furtado y una bolsa de basura en cada mano. Lo miró con curiosidad. A Luis su expresión le había parecido similar a la de los infantes que abren los ojos en el momento en que aprenden algo nuevo. Se acercó a ella, le hizo una seña para que se quitara los audífonos y pudiera escucharle hablar. Entonces, mientras quitaba el cargador – en un acto reflejo –, volvía a colocarlo en el arma y cortaba cartucho, el matón a sueldo le preguntó con suavidad: “Una razón ‘peque’. Una razón para que no te clave un par ahora mismo”. Apenas terminó de hablar, la chica lo sorprendió arrebatándole el arma y clavándole un par de balas al cuerpo inerte de su difunto jefe – una en el torso y otra cerca de la ingle-, después le devolvió la pistola y mientras reía apenado por haber sido desarmado con tanta facilidad, puso el seguro de su arma y con el mismo tono de voz tenue le preguntó su nombre. “Vania Rincón” respondió ella. “Bien, Vania... – dijo al tiempo de guardar su arma – siempre son, dos en el pecho y una en la cabeza. En este trabajo hay que ser profesional”. Así comenzó todo.

Luis terminaba de estacionarse en uno de los callejones paralelos al Whittier Boulevard, no muy lejos de la avenida Atlantic; donde pacientemente esperarían el momento adecuado. La chica comenzó con su ritual. Sacó un par de discos compactos de la bolsa izquierda de su saco mientras Luis buscaba algo en la radio que escuchar. Vania revolvió su bolsillo derecho y en vez de su eterno reproductor de cassettes fue un CD player lo que apareció en su mano. Luis lo notó casi en el acto y reafirmó su idea de que algo había pasado, algo grave.
- Es bueno saber que has caído en cuenta de que las cintas ya están en desuso
- No había usado mi nuevo CD Player, quiero saber cómo suena.
- Cuando uno estrena algo se siente “chingón”, lo sé, pero...
- ¿Qué?
- ¿Por qué ahora?
- ¿Por qué se me hinchó la gana es una buena respuesta?
- ¿Todo fue bien ayer?
- ¡No empieces pinche Luis, no empieces! No eres mi papá y además... ¿No estarás pensando caer en un cliché de película barata? No te va ser el “matón conciliador y comprensivo de la historia”
- Entonces algo fue mal. Sólo quiero saber...
- ¡No! – exclamó la chica extendiendo el dedo índice frente a él – El trabajo de ayer fue tranquilo, puedes indagar si gustas.
- Está bien. Sólo quería saber.
Una pausa más o menos larga sobrevino dentro del auto. Vania colocó un CD en el reproductor y después lo acomodó en el bolsillo de su saco. El cable del audífono lo pasó como siempre por debajo de su camiseta. Luis continuaba buscando algo en la radio, deteniéndose finalmente en “LOVE FM” donde se dejaba escuchar lo último de Yolanda Pérez “La potranquita”. Vania que esperaba pacientemente la llamada de confirmación veía de reojo a Luis que le hacia al “lip-singing” cual vil Paulina Rubio. No pudo evitar sonreír y Luis, que no había olvidado la pequeña confrontación de segundos atrás, la miraba de reojo, entonces decidió aprovechar la aparente baja de guardia para comenzar de nuevo.
- Por supuesto sabes...
- ¿Qué? – dijo la chica interrumpiéndolo.
- Que no podemos evitar caer en un “cliché”
- ¿Por qué no?
- Por supuesto el cine, los comics y demás, se han hecho cargo de personajes como nosotros, nuestro trabajo pertenece ya a la cultura popular de este país. Estamos mediatizados. Pero una certeza hay alrededor de todo esto y es que, somos como cualquier otra persona en la ciudad.
- ¿”Mediatizados”?
- ¿Te gusta? Se lo oí a Mike Wallace en “60 minutes”
- ¿Y el punto es?
- Que todo es “cliché”. El no querer caer en un “cliché” es un “cliché”. Es como cuando eres adolescente y no quieres pertenecer a ningún grupo porque quieres ser diferente, pero al hacerlo entonces ya perteneces a un grupo, al de los que quieren ser diferentes.
- Veo que tu boca se mueve pero no tengo idea de por que me dices todo esto.
- Para demostrarte que el preguntarte si el trabajo de ayer fue bien y si tú te encuentras bien, no es parte de un “cliché”. Es una pregunta que cualquier persona normal le haría a otra que le importa y que considera su amiga.
- Luis, no lo tomes a mal. Pero creo que no puedes preguntar si el trabajo fue bien como si nos dedicáramos a cuidar un invernadero o algo así, el trabajo que hacemos no califica como normal, de hecho, muchas personas lo considerarían como algo inhumano.
- No creas “peque”. La gente habla de la muerte, de la violencia y de los asesinatos como algo fuera de su realidad, pero lo cierto es que la violencia es inherente al ser humano, por ende, matar personas es un acto humano tanto como comer o ir al baño. Un acto inhumano sería un caballo con una escopeta calibre doce disparándole a todos en el “seven-eleven” de la esquina.
Vania descargó una carcajada estruendosa mientras Luis con una sonrisa la miraba complaciente. La risa de Vania era franca, sincera y poco a poco se tradujo en un sollozo, ligero, tenue, apenas perceptible pero prueba suficiente para saber que comenzaba a desmoronarse, su compañero vio como su rostro se transformaba y una lágrima asomaba por una de sus mejillas. La chica se contuvo y rápidamente se limpió la insipiente gota. Luis iba a hablar pero ella alzó nuevamente su dedo índice y ya no dijo nada. Estuvieron así unos momentos más, en la radio sonaba una canción de Marisela justo cuando entró al celular de Vania la llamada de confirmación. Solamente fueron unos segundos en los que Vania emitió pequeñas respuestas al tiempo de sacar una pequeña libreta de la bolsa interior de su chaqueta para hacer anotaciones. La llamada cesó y dejando el teléfono celular encima del tablero, se quitó las gafas y Luis pudo ver el par de manchas negras, profundas, debajo de los ojos de la chica, pero sobre todo, vio sus ojos; notó el miedo y la desesperación.
- Tengo dos trabajos hoy. Lo sabes ¿Verdad? El primero aquí en la Whittier. El segundo por confirmar. ¿Tienes tiempo?
- Sí
- ¿Qué película viste ayer? – dijo mientras revisaba el cargador, colocaba el silenciador de su arma y guardaba su teléfono personal y la libreta.
- “Lady in the water”
- ¿Te gustó?
- Sí, de hecho así fue.
- ¿Es una buena historia?
- Es una historia de fe.
- Te creo – abrió la puerta del auto y antes de salir Luis le extendió los anteojos. Ella, sin decir nada los tomó y los arrojó hacia el asiento trasero, después salió del auto, cerró la puerta y entonces Luis la llamó.
- ¿”Peque”?
- ¿Dime?
- ¿Qué te está pasando?
- Pienso... me enseñaste todo sobre el negocio. Menos a sobrellevarlo.
- Vania – contestó Luis – Durante nuestra vida aprendemos muchas cosas de los demás, pero la única que debemos aprender por nosotros mismos es a sobrellevar nuestras decisiones.
- El reproductor falló. No sé como. Pero el reproductor falló. No sé. Sólo falló – dijo como si tuviera la necesidad de disculparse
- ¿Qué? – dijo Luis sin entender, pero Vania que había comenzado a caminar ya no le contestó y él, a pesar de no haber entendido bien que era lo que habia sucedido lo supo con sólo verle el rostro, notando que la expresión en sus ojos y el miedo reflejado en ellos iba más alla de una simple contingencia en el trabajo y que comenzaba a derrumbarse. No habia dudas en la mente de Luis, en algún momento, “algo” en la vida de Vania, había ido terriblemente mal.

Dejó el auto, giró sobre su lado izquierdo y caminó pausadamente con rumbo a la calle. Revolvió su bolsillo, se percibió incomoda al sentir el peso extra del CD player y mientras lo hacia llegó al final del callejón. Sobre la acera, giró a la derecha y caminó hacia la esquina, ya ahí, oprimió el botón en el tubo del semáforo que indica el paso de peatón y esperó. Al hacerlo notó el sudor en su frente y por un breve momento de vanidad femenina, temió no haberse puesto suficiente desodorante. El semáforo indicó el paso y avanzó pausadamente hacia la otra esquina. La llamada le reveló que el trabajo tendría que llevarse a cabo en la agencia de viajes “Puerto Vallarta” que estaba a unos pasos de su posición actual; dentro encontraría a Andrea, la empleada de medio turno que atendía el mostrador del lugar y que tenía conocimiento de su visita. Vania llegó a la entrada del negocio, adelantó un poco el rostro y vio a través de la puerta de cristal. Dentro, observó a una joven de unos veinte años que estaba sentada detrás del mostrador mirando un pequeño televisor a color con cierto tedio. Vania notó que la chica estaba embebida por la sencilla pero sorprendentemente eficaz edición del video que iba al ritmo de la música. Se enderezó lentamente, resopló y finalmente entró al local.
El lugar no era muy grande. Poseía una alfombra de color pajizo que en otro tiempo debió haber sido azul marino, el local estaba dividido por un largo mostrador y detrás de éste, un par de escritorios sobre los cuales había gran cantidad de trípticos, folletos y volantes publicitarios que – imaginó Vania – indicaban las distintas ofertas y paquetes de viajes que ofrecían en la agencia. Sobre el mostrador sin embargo no había nada excepto una taza de café, una lata de “Mountain Dew”, un cenicero y en el extremo izquierdo el pequeño televisor que la empleada continuaba mirando sin reparar en Vania. La joven dependienta miraba un video del grupo “Pesado” que pasaban por el canal de música grupera “Videorola”, Vania conocía la canción, había sido un gran éxito hace apenas un par de años; el video en cuestión mostraba al regordete cantor de la agrupación norteña entonando con furia y harto sentimiento: “Ojalá que te mueras”, mientras conducía su auto acompañado por una chica vestida de novia y que desfallece por una herida en el corazón que la va desangrando lentamente; al final del video, el cantante sale del auto, cae de rodillas emitiendo un alarido con una herida similar a la de la chica, que yace muerta en el asiento del copiloto. Siempre le había parecido un video sorprendente. No todos los días se ve un video “grupero” con algo de profundidad narrativa.
- Es un video extraño – exteriorizó sin esperar que la joven le contestara.
- ¿Te parece? – preguntó la chica sin voltear
- Sí - dijo Vania con una ligera sonrisa que no pudo evitar al escuchar el tonillo en la voz de la joven, muy de los “mojados” de East L.A., una combinación entre el tono norteño y la insolencia californiana. González Ruiz tenía el mismo acento. Se preguntó si ella hablaba con esa entonación.
- Sé por que lo dices – exclamó de repente la joven.
- ¿Sí?
- Sí. Por lo general los videos “gruperrones” son iguales a los videos de "hip-hop", cabrones feos fajándose a un montón de chavas nalgonas ¿Oh no? Y de pronto ¡Chin! Un video “grupero” con buena historia. A mí también me sorprende y más, por que casi ningún video de ahora cuenta buenas historias.
- Te creo – contestó Vania
- ¿Qué necesitas? – preguntó Andrea poniéndose en plan de trabajo
- ¡Oh! Claro... ¿Andrea?
- Si, soy yo.
- Bien. – Vania sacó la pequeña libreta de su chaqueta, buscó la página donde había hecho sus anotaciones y comenzó a leer. – “Es una distribución extraña para una agencia de viajes” – dijo sin mirarla y Andrea no contestó inmediatamente cayendo en cuenta de lo que significaba aquella afirmación.
- Bien – exclamó finalmente – en realidad el dueño de esto compró el local apenas hace un mes y no ha tenido tiempo de mandarlo a cambiar, antes era un negocio de revelado.
- “¿En serio?” – preguntó Vania que continuaba leyendo – “¿Y sabes dónde se encontraban las máquinas de revelado?”
- Claro. Detrás de esa puerta. Puedes pasar a verlas si así lo deseas.
- Bien. Lo haré y...
- ¿Y?
- Andrea, creo que es tiempo que busques un trabajo nuevo.
La joven no necesitó más palabras. Apagó el televisor, fue hacia uno de los escritorios y sacó un sobre amarillo de uno de los cajones. Fue hacia el mostrador y tomó su bolso y chaqueta antes de pasar hacia el frente y dirigirse a la salida. Antes de salir viró el rostro para mirar a Vania, le sonrió y dijo:
- Es raro. ¿Pero sabes qué a pesar de estar cerca del verano casi nadie ha entrado a pedir informes?
- Claro que no Andrea, de eso se trata. Ve la pinta del local.
- No pareces del tipo de...
- No – dijo Vania interrumpiéndola – de eso se trata.
Andrea asintió con la cabeza y salió finalmente del establecimiento. Vania se acercó a la puerta y la vio caminar hasta la esquina y cruzar la calle caminando rápidamente y con imprudencia. Miró el anuncio de “Open/Close” que estaba colgando de la puerta, instintivamente le dio vuelta hacia la parte que indicaba que el local estaba cerrado pero antes de alejarse, lo giró de nuevo dejándolo en “Open” mientras sonreía con un poco de malicia. “Y porque habría de cambiarlo. Nunca nadie me ha interrumpido”, pensó “De cualquier forma nadie diría nada” Y con aquella certeza, Vania se dio valor para cruzar al otro lado del mostrador y dirigirse hacia la puerta que llevaba a la parte trasera del local. Ya frente a la puerta se detuvo un momento, acomodó el audífono en su oído izquierdo, cerró los ojos, murmuró algo parecido a una oración, metió la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó el reproductor. Buscó con la mirada y encontrándolo finalmente oprimió el botón de “shuffle” que automáticamente buscaba las canciones al azar. La canción nueve con la voz de Ely Guerra comenzó a sonar.

Si suelto un poco el aire para que...

Vania resoplo una vez más.

Se me aligere este dolor...

Y otra vez más.
Posiblemente pueda ser feliz, o pueda ser que no...

Sintió sus piernas temblar, abría y cerraba su mano izquierda sintiendo el sudor, metió la derecha en la chaqueta y sacó el arma, pero aun dudaba en entrar.

Si en la cabeza suelo competir, con miedos y fragilidad...

Intentó bloquear su mente, se concentró en la música y finalmente entró empujando bruscamente la puerta al tiempo que Ely Guerra sentenciaba:

Quizá pudiera escapar al fin, si hago un maldito plan.

Justo en ese instante dentro de la habitación, la música cesó tan bruscamente como el día anterior. Vania se llevó la mano al bolsillo aterrorizada. Mientras tanto un hombre regordete y parcialmente calvo la miraba aturdido. Tenía una revista “Hustler” en las manos que oprimía contra su pecho, los pantalones abajo y una erección que sobresalía apenas por encima del escritorio, estaba sentado en un enorme asiento reclinable y estuvo a punto de decir algo cuando Vania sobreponiéndose al silencio tiro tres veces del gatillo. Antes de que el tercer disparo entrara en su cráneo, aquel hombre hubiera jurado que el rostro de esa mujer palidecía y sus ojos se habían llenado de pavor.

Vania salió por la puerta trasera del establecimiento, cogió el reproductor de su bolsillo y lo azotó en el piso con furia. Jaló el audífono que sobresalía por debajo de sus ropas y se deshizo de él también. Nerviosa, guardó su arma, caminó un par de pasos tambaleándose y finalmente -igual que el día anterior- vomitó copiosamente. Habiendo terminado, se irguió y realizó un tremendo esfuerzo para que su andar se notara tranquilo, sereno. Difícilmente se podría decir que lo logró. Llegó a la acera y giró a la izquierda, alcanzó la esquina, oprimió el botón en el tubo del semáforo que indica el cambio de cruce de peatón y esperó. Los segundos aguardando que cambiara la señal le parecieron eternos, cuando finalmente la señal cambió y el paso le fue cedido, Vania pudo verse fuera de su cuerpo otra vez, lo que vio fue la figura de una mujer que tenía la mirada llena de pánico, con el rostro pálido y que sudaba copiosamente. Cuando llegó al otro lado de la calle se sostuvo un momento del semáforo, respiró profundamente cerrando los ojos y pasado un breve instante continuó hacia el callejón. Antes de dar la vuelta y caminar hacia el auto de Luis se detuvo nuevamente, respiró con profundidad en tres ocasiones, cerró los ojos, se acomodó la ropa y prosiguió con su camino avanzando lentamente hacia el auto.

Luis Aguirre dudó más de una vez sobre la capacidad de la joven "lavaplatos" que había reclutado por iniciativa propia. Por un lado su instinto le indicaba un talento natural y un futuro prometedor para la joven Vania Rincón, pero por otro lado analizaba acerca de su capacidad para sobrellevar el peso emocional que un trabajo como éste requiere. Luis sabía, mejor que nadie, que cualquiera podía tirar de un gatillo, sin embargo lo esencial del trabajo era la preparación previa a ese acto y lo que venía después de realizarlo. Cuando su joven aprendiz comenzó a utilizar las cintas supo que algo iría mal, el tiempo pasó y ahora seis años después no se había equivocado y “algo” estaba terriblemente mal, pero Vania parecía no darse cuenta o no sabía qué le estaba ocurriendo por dentro. Al verla salir del auto con la mirada perdida y la confianza destruida, Luis se sintió responsable del evidente descontrol que su compañera mostraba. Mientras la veía llegar a la calle al final del callejón y virar hasta perderla de vista, el matón pensó si no hubiese sido mejor haberla asesinado ese día en el restaurante de comida china o simplemente dejarla ir con una ligera contusión en la cabeza. Era una lástima que no hubiera exámenes de aptitud para matones a sueldo.
Por otro lado, Luis sabía que existía una salida fácil. La enorme ventaja que ellos disfrutaban a diferencia de otros individuos con la misma profesión es que eran independientes, ninguna mafia los controlaba, incluso el término “free-lance” les venía como anillo al dedo. La compañía de “el colombiano” únicamente les comisionaba los trabajos y se conducía con total discreción, manteniendo ningún tipo de contacto personal con los empleadores, los pagos eran discretamente colocados en cuentas de bancos que no hacían preguntas, sólo era cuestión de hablarlo y terminaría; exponerle la situación y sugerirle un retiro prematuro pero necesario según él creía. Todo en la vida tenia solución menos –claro – la muerte. Entonces Luis escuchó a la estrellita hollywodense - Bryce Dallas Howard - hablarle desde su cabeza: “No lo olvides Luis, todo esta conectado. Hay una razón para que tu vida se haya cruzado con la de ella”. “Puede ser” - le contestó el asesino - “Resta esperar que termine con el segundo trabajo del día y hablaremos largo y tendido. Por que eso sí mi querida Bryce - decía al tiempo que miraba el retrovisor – tiene que cumplir con lo ya convenido... hay que ser profesional”.

Una vez, Vania le comentó a Luis su impresión acerca de Los Ángeles. Su reflexión vino de algunas conversaciones que había tenido con distintos tipos de gente a lo largo de los primeros dos años que ella llevaba viviendo ahí. Vania creía firmemente que las personas de esta ciudad concentraban todas sus energías en evitar el contacto humano y le llamaba poderosamente la atención que todos estuvieran siempre así, pendientes de su espacio vital y deseando al mismo tiempo que alguien los tocara por accidente y notara que eran especiales. Tenía poco más de tres años ajustando cuentas ajenas cuando hizo las revelaciones a su mentor. Pasado el tiempo, miró aquella película de Michael Mann, “Collateral” donde Tom Cruise hace de un matón a sueldo – como ella – y lanza impresiones similares a las repasadas por ella. Por un lado, sintió gusto al saber que no había errado en sus ideas, por otro lado, miedo de que le fuera a pasar algo similar al personaje.
Ahora, mientras entraba al auto de nueva cuenta y sentía la mirada de Luis sobre ella, Vania se percató de que - al igual que los mas de quince millones de personas que viven en la ciudad – se encontraba completamente sola y tuvo la certeza de que moriría así, sola. Hizo un repaso veloz a su vida, buscando algo a que asirse. Nada. La profesión que había elegido la orilló a vivir justo como (ahora lo sabía) no quería hacerlo y entonces tuvo una visión de lo que había sido su vida, podía verse de niña, de adolescente, y ahora en la entrada de la vida adulta, avanzando lentamente, sin pasión por nada, abstraída de su propia realidad y sumergida en una soledad auto inflingida, todo por miedo, por terror a que vieran dentro de ella porque entonces sabrían que detrás de toda aquella seguridad, de esa infalible capacidad para ordenar, clasificar, analizar sus pensamientos y reprimir sus sentimientos; notarían que era vulnerable; que lo que le sobraba de intelecto le faltaba de pasión y no podría seguir engañandose ya que tarde o temprano tendría que aceptar la imagen que el espejo le devolvía.
Sabía que Luis podía dormir con la tranquilidad del trabajo realizado porque a pesar de su aparente inconciencia, él llegaría a ser feliz tarde o temprano por la simple y sencilla razón de que era fiel a si mismo y pensó que tal vez ella había errado en su elección; ya que cuando se decidió por el camino del arma, no lo hizo por honor o necesidad como Luis, no, lo había elegido porque era más fácil cargar sus miedos en una bala y lanzarlas hacia el exterior con la esperanza de que en el camino se transformaran en aquello que pudiera liberarla. Era más fácil creer en eso que aceptar el miedo que tenía de ella misma. Al final, todo se resumía en una sola idea: Era una mala persona. Entonces miró a Luis que le hablaba sin que ella lo escuchara, sintió la vibración de su teléfono personal y la mirada de su compañero que esperaba a que contestara. Extendió el dedo índice nuevamente, solicitándole un momento a su colega y atendió la llamada entrante. Al tiempo que bajaba la mirada y escuchaba la voz que le indicaba nuevas instrucciones, pudo oír la voz de Ani DiFranco que sonaba a través de la radio del auto, se dio cuenta que Luis había cambiado la frecuencia como una atención hacia ella. La confirmación no tardó mucho, entonces como sí deseara una evidencia más de que algo había ido mal y que tenía que parar o quizás tener una nueva oportunidad para encontrar de nuevo “el camino del arma”, Vania dudó sólo un segundo, después cortó la comunicación y aceptó el nuevo desafío. Miró a Luis y recordó su primera lección en el negocio. “En esto ‘peque’, hay que ser profesional”, eso le había dicho. Entonces sacó el arma rápidamente dispuesta a cumplir el segundo encargo del día; y al igual que las dos veces anteriores, antes de disparar la primera de las tres balas de rigor, la música cesó nuevamente (esta vez de la radio del auto) y sintiendo que el rostro le palidecía y que Luis lo había notado, Vania accionó su arma en silencio. Dos proyectiles en el torso del esbirro lo tomaron de sorpresa y antes de que se le incrustara la tercera en la cabeza, viró el rostro y miró sin resentimiento a la chica, sonriéndole incluso. Abrió la boca pausadamente eligiendo cuidadosamente sus últimas palabras: “ ‘Peque’ ... hubiera deseado... que todo fuera diferente... pero un deseo... es sólo un deseo”. Dicho esto Vania haló el percutor, oprimió el gatillo y finalmente, Luis Aguirre se fue. La joven matona supo que Luis, su compañero y mentor, se había ido pensando que ella había encontrado el camino de nuevo. Y ella quiso creerlo así. Pero al salir, por la radio del auto, la música volvió, sonando fuerte y con claridad; dejandose caer como un presagio de la tormenta que se avecinaba sobre ella:

“... and now it’s so hard to have faith in anything
especially your next bold move
or the next thing you’re gonna need to prove
to yourself.”

No quiso escuchar más y se alejó del auto rápidamente pensando o más bien deseando que todo quedara ahí. Mientras caminaba lejos del vehículo fue su cuerpo el que le indicó nuevamente que algo estaba pasando. Así, por tercera vez, la incertidumbre, el miedo y el horror salieron de su cuerpo en forma de un líquido viscoso de color amarillento y ahí agachada, mientras las lágrimas brotaban y se confundían con el vómito que caía interminablemente sobre el suelo, Vania Rincón tuvo la certeza de que, a pesar de toda la rabia que sentía en ese momento tan sólo era una rata enjaulada en su soledad y al fin le quedó claro, que desde hacia seis años, en su vida, “algo” había ido terriblemente mal.

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